Una ley de la física nos dice que todo lo que sube tiene que bajar. No somo somos dioses, no pertenecemos a las alturas, sino a lo terrenal y aunque nuestra razón y sus petulantes deseos de siempre ir más allá de lo material nos haga creer por momentos que podemos conocer lo eterno no es así, o no al menos de manera directa.
Ciertamente hoy me toca estar más abajo de lo que quisiera, lo anterior sólo es relevante porque cuando te enamoras, sientes esos vapores en ti sublimarse y ebullicionar, haciéndote sentir en lo más alto, en las nubes. Por momentos, por instantes nos fundimos con el todo, obteniendo esa idea de eternidad, de armonía total, de frenesí. Sin embargo, debido a nuestra naturaleza, el problema es que esto sólo sucede por instantes, debemos volver a nuestro ámbito; al mundo de la materia, del tiempo, del espacio, de las responsabilidades, al mundo dónde sentimos frío, hambre, dolor pero también alegría por los pequeños placeres de la vida.
Cuando nos sentimos más mortales y vulnerables, cuando sentimos que todo nos pega, que todo nos duele, que nada nos llena, nos debemos la obligación de buscar aquellos placeres sencillos, llenarnos de todo aquello que nos haga sentir creer otra vez que vale la pena luchar por volver a sentirnos –como si– fuésemos del Olimpo.
Todo pasa, aunque a veces parezca que no, que el tiempo pasa lento y el hueco sigue profundo, abierto y calando. Espera, ya verás que poco a poco el huequito se va llenando, hasta que de repente te despiertes un día y las heridas y el pasado, ya no duelan tanto. Un día no muy lejano ya no va a doler recordar, ya no vas a voltear al pasado con lágrimas. Vas a estar bien y te darás cuenta que todo habrá valido la pena y que estás bien. Hoy tómate ese café, huele y acurrúcate en sus sábanas limpias, besa a tus perritos, fúmate ese cigarro, bébete ese vino. Por favor no seas tan dura contigo, en serio: vas a estar bien. :)
Sheldon.
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